viernes, 15 de enero de 2010

Poemas inéditos de Wole Soyinka


..."¿Enterrado vivo? No. Sólo algo sobre lo que la gente lee. Las boyas y los mojones se difuminan. Lenta, inexorablemente, la realidad se disuelve y la certidumbre traiciona a la conciencia". Este es un pasaje de uno de los poemas en prosa que el Nobel nigeriano Wole Soyinka escribió en la cárcel en los años sesenta y que ahora se edita por primera vez en español, y en edición bilingüe, bajo el título de Lanzadera en una cripta (Bartleby).




¡OH, RAÍCES!
Raíces, sed un ancla para mi quilla
estibadme contra los vientos rebeldes
sondead tierras y hondas aguas nutrientes
energía que calme mi sed eterna
cegados los arroyos, cieno a vosotras
os ahoga, maldiciones os estancan
y viajeros con mapas junto a las charcas
buscan alivio. Sus tazas en las aguas
elevan burbujas de corrupción, fangos
de maldad, tumbas sin lágrimas ni endechas
Raíces, alejaos de los riachuelos
que se filtran y manchan, que yo esos crímenes
no comparta, comunión infecta tierra
en cenizas de un mismo hogar esparcidas
¡Raíces!: lejos de la traición oscura
de fosas que aceptan, de estacas con gueldo
no seáis la imagen del nido de víboras
cual cebo, de horribles prodigios airados
no, el vigor altivo horada el más hondo
secreto, asoma junto al temor culpable
la garra usurera, las babas que asolan
canillas temblosas y decepcionadas.
Oh, raíces, sed el ancla de mi quilla
suturadme el pensar con tensos carretes
buscad en la tierra agua fresca y nutriente
cavad con vara aguda pozos eternos
baldead horas rancias hacia el desagüe
sin fin de la muerte. El aliento cautivo
de arroyos y lagos despertad, sus aguas
llevad a la simiente, a las lindes de eras
Raíces, sed la malla que mi diseño
conforma, fieles a vuestra orden secreta.
¡firme edificio elevado con que sanan
desgarros y llantos desnudos, emblema
en diosos bajeles, probado ariete
granito en testa oh demoledor de diques
mortero en térreo hormigón, campaneros
en torres rocosas, dadme las Guirnaldas
del Tiempo, a vuestra eternidad someted
los podios que elevo contra la locura
contra el sombrío instante del engaño
contra los truenos del meridión!
Explorador hacia el averno, conduce
mis pasos al corazón, a la semilla
arrástrame a los crisoles de la alquímica
terrestre, donde nacen metal y roca
a las vibraciones de tu diapasón.
Cógeme las manos, que se unan en charlas,
recuerdos, vistas que cieguen al viajero
que mareas de vino al festín arrastran,
que mis manos se entrelacen a las suyas
savia clara, carne oscura, espectral cabello,
grilletes cual hojas y ramas, la vena
de rama y roca, ojos en matriz del grano
con un filtro de impulsos teje sus huesos
que los peines de mis tuétanos en roca
reciban raíces de rayos celestes
y almacenen la luz de su ojo difunto
entierra todo pulso letal, que en el cáliz
de mis manos vibre ardiente armonía, y cena
en las bodas de cielo y tierra. Mis manos
engarza a un rito vernal, a las verdes de los muertos.
Oh, raíces, raíces. ¡Si no aguantara!
¡Si el viento lo hundiese y ahogaran arenas
del páramo, si lo abrasara un destello
de la hambrienta espera, los lazos soltad
sobre los diques, defensa final! Guían
la proa los arrastres de la resaca
un baño gris en lagos silentes, esa
paz de viajeros de antaño, este paso mudable.
Puros, esperan a que el rastreador llegue
al centro reseco, al resbalón subiendo
a que el corazón se rinda a extrañas fuentes
que a lo lejos juran saciar la sed perpetua.


LOS TAÑIDOS DEL SILENCIO
Al principio hay una mirilla para ver a los vivos.
Entra a hurtadillas en el patio de los lunáticos, los condenados a cadena
perpetua, los violentos y los desquiciados, los tullidos, los tuberculosos, las víctimas del
sadismo del poder a buen resguardo de las preguntas. Un pequeño agujero cuadrado
abierto en la puerta, lo suficiente para que pase el puño de un carcelero y maneje el
cerrojo desde ambos lados. También para que yo –con indiferencia, con grandísima
indiferencia– le eche una mirada furtiva a las contadas y fugaces apariciones de una
mano, un rostro, un gesto o, más a menudo, una visión borrosa en caqui, la espalda
cuadrada del guardia plantada al otro lado.
Hasta que, un día, el ruido de un martilleo. La mañana entera, un asalto de
golpes multiplicados y amplificados por los excepcionales poderes de reverberación de
mi cripta. (Cuando atruena, mi cráneo es el yunque de los dioses). Al mediodía esa
brecha está sellada. Ahora sólo el cielo aparece abierto, un cielo del tamaño de una
servilleta sujeta con largos clavos y botellas rotas, mas un cielo. Los buitres se posan en
un tejado visible sólo desde otro patio. Y los cuervos. Las garcetas sobrevuelan mi
cripta y los murciélagos pululan cual enjambre a la caída de la tarde. Murciélagos
albinos, de un pálido enfermizo, que emiten señales de radio para merodear por la
cámara de los ecos. Mas, de pronto, el mundo está muerto. Después de que cesen, los
martillos persisten en su vehemencia por una eternidad. Incluso el cielo se retira,
muerto.
¿Enterrado vivo? No. Sólo algo sobre lo que la gente lee. Las boyas y los
mojones se difuminan. Lenta, inexorablemente, la realidad se disuelve y la certidumbre
traiciona a la conciencia.
Días, semanas, meses y, tan súbitamente como la primera muerte, un sonido
nuevo, un cortejo. Unos pies que se acercan arrastrándose con un ruido metálico de
cadenas. Y en este momento otra brecha que durante largo tiempo ha permanecido
desapercibida, invisible, un desagüe abierto en la base del muro, este vacío lenta,
toscamente, comienza a enmarcar unos pies engrillados. Nada antes había pasado tan
cerca, tan pesadamente, por el desagüe del Muro de las Lamentaciones. (Así lo bauticé
porque da al patio desde el que una voz estuvo gritando de dolor una noche entera y al
alba se extinguió, sin haber recibido ninguna atención. Es el patio del que surgen
cánticos y oraciones con una persistencia que sólo iguala la vigilia de los cuervos y los
buitres.) Y ahora, pies. Descalzos, a excepción de dos pares de botas con un caminar de
peso muerto, para así ajustarse al ritmo de los grillos de los otros pies. Hacia el
mediodía el mismo cortejo pasa en dirección contraria. Unos días después el cortejo
vuelve a pasar y entonces los cuento. Once. El tercer día de este cortejo despierta con la
aurora más dilatada que jamás haya nacido y muerto de silencio, un silencio ahíto y
sobrecogedor. Mi recuento se detiene bruscamente después del sexto. Ya no hay más.
En ese mismo instante el ritual queda al descubierto, el silencio, la encubierta
conspiración del alba, los secretos amortiguados martillean con mayor fuerza que los
grilletes en mi cabeza, todo, todo se descubre en un segundo de comprensión
paralizante. Cinco hombres caminan en la otra dirección, cinco hombres que caminan
aun más despacio, cansinos, con el peso del mundo en los pies, en cada paso, hacia la
eternidad. Les oigo detenerse con cada retazo de vida que se encuentran, con cada latido
del silencio, con cada mota en el sol, esos cinco para los que el mundo está a punto de
morir.
Sonidos. Los sonidos adquieren una cuarta dimensión dentro de una cripta
viviente. Una definición que, como en el caso del trueno, se hace físicamente
insoportable, y en el caso de lo que se espera pero no se oye, psíquicamente extenuante.
Las señales de los murciélagos albinos llagan la barbulla de un oficio de vísperas, ya sea
cristiano o musulmán, pagano o inclasificable. Mi cripta convierten en un caldero, una
campana boca arriba preñada con todos los credos y cuyas sonoridades se unen, se
remueven, se espuman, se cuelan en la urdimbre y en la trama del moho tiznado de los
muros, de hongos de terciopelo verde tejidos por los dedos astutos de la lluvia. Desde
más allá del Muro de las Lamentaciones la piedad malsana de las mujeres, esa paciencia
inhumana con la que nacen, vaga sin rumbo para sacarle la agonía a latigazos al Muro
del Purgatorio. Un batir de alas: un cerrojo blanco y ocre, una paloma torcaz que baja en
picado y cruza, una lanzadera inquieta enhebrando remiendos de sol en este telar, el más
oscuro. Pasado el muro, por encima de él, un crujido de hojas de árbol: ¡el rostro de un
niño! Un cazador cándido se deja ver en su inocencia: un laberinto malvado.
Reconoceré su voz cuando los cantos de los niños invadan el caldero de sonidos al
atardecer, esta intrusión cadenciosa en la casa de la muerte.
Sale el sol a su espalda. Se disuelve su cabeza en la charca, una lanzadera que se
hunde en un telar teñido de un rojo encendido.


PLANES FUTUROS
Se convoca la reunión
del odio: Falsificadores, farsantes
Falseadores Internacionales.
El presidente, un caballo negro,
un jamelgo de circo hecho esprínter con anteojeras
Mach 3
lo calificamos: uno por el Cuchillo
dos por Maquiavelo, tres...
Velocidad que rompe
la barrera de la verdad con un decreto de arrestos en picado
Proyectos en perspectiva:
Mao Tse Tung confabulado
con Chiang Kai. Nkrumah
firma un pacto
secreto con Verwoerd, que Hastings Banda jura.
Comprobado: Arafat
en flagrante con
Golda Meir. Castro borracho
con Richard Nixon
montones de anticonceptivos bajo la litera papal...
... y más por venir




"Raíces, sed un ancla para mi quilla/ estibadme contra los vientos rebeldes", clama Akinwande Oluwole, Wole, Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 1934) en el poema que abre este volumen que retrata un periodo difícil, cruel y aniquilador que le tocó vivir en dos ocasiones, en 1965 y entre 1967 y 1969. El dramaturgo, narrador, ensayista y poeta fue acusado en 1967 de ayudar durante la guerra civil de su país a la facción rebelde de Biafra y encarcelado sin ningún juicio durante 27 meses, 22 de los cuales fueron en régimen de incomunicación.
Aislado de todo y de todos, Soyinka vio una forma de afrontar el mundo y sobrevivir dejando testimonio emocional, intelectual y de denuncia a través de poemas y versos que escribía en papelitos, paquetes de cigarrillos o papel higiénico, muchas veces en la oscuridad. Unos pocos, como Enterrado vivo lograron traspasar los muros de la prisión para contar a todos lo que sucedía y sentía. En 1972 se editó por primera vez en inglés Lanzadera en una cripta, el libro que ahora ve la luz en español.
"Érase una vez un naufragio (del Estado) donde / el sol por fin había encogido el mundo a la talla / que de veras merecía -la hormiga por unidad-, / donde me hallaba tendido, azotado por la marea, millas / descollaban mi corazón y mi cabeza, un gigantón / extranjero rodeado por un cónclave meñique", relata Soyinka en el poema Gulliver dando un carácter simbólico y metafórico a esta sucesión de versos del desamparo y la desolación. Por eso aquella creación literaria, y salvadora, no es sólo un mero ejercicio autobiográfico, según confirma el traductor del poemario Luis Ingelmo. Entre otras cosas porque, agrega, las alusiones a personajes de la mitología como José, Hamlet y Ulises o a la obra de Galileo Galilei "imprimen al texto y a la figura del yo poético un carácter universal que torna su situación en el sino, 'en el hado que otros han sufrido antes que él".
"Es un mapa del camino recorrido por mi mente, y no tanto el registro de la lucha real contra una existencia vegetativa. Esto último sería tema para otro libro", asegura Soyinka en un texto que sirve de preámbulo a la actual edición de Lanzadera en una cripta que publica Bartleby. Momentos de incertidumbre, de pesimismo y de invención de recursos para no enloquecer o morir aplastado por la crueldad del aislamiento. Tras su liberación el escritor ha escrito libros como La muerte y el caballero del rey y Beautification of Area Boy; y en 1986 se convirtió en el primer autor africano en recibir el Nobel de Literatura.
Once años después, en 1997, Soyinka fue acusado de traición por el entonces gobierno militar del dictador nigeriano Sani Abacha, motivo por el cual se vio obligado a exiliarse en Estados Unidos. Dos años más tarde la llegada de un gobierno civil rehabilitó su figura. Actualmente es profesor universitario de su país y Estados Unidos. Son 75 años de compromiso con los derechos humanos y denuncia de la arbitrariedad y la injusticia, reflejados en una obra literaria donde trata de demostrar que ética es estética.
Tomado de El País

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